lunes, 16 de abril de 2012

THG

   -Gracias por sostenerme. No me sentía muy bien ahí arriba-dice Peeta.
   +No lo parecía. Te juro que ni me he dado cuenta.
   -Seguro que no le han prestado atención a nadie más que a ti. Deberías ponerte llamas más a menudo, te     sientan bien.
Después me ofrece una sonrisa de una dulzura tan genuina, con el toque justo de timidez, que hace que me sienta muy cerca de él.
Sin embargo, una alarme se me enciende en la cabeza: <<No seas tan estúpida :Peeta planea matarte-me recuerdo-.Quiere que te confíes para convertirte en una presa fácil. Cuánto más te guste, más mortífero será>>.
Pero, como yo también sé jugar, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla, justo en el moratón.

THG

Gale y yo estamos de acuerdo en que, si pudiéramos escoger entre morir de hambre y morir de un tiro en la cabeza, la bala sería mucho más rápida.

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Mi abuela tenía una teoría muy interesante; decía que todos nacemos con una caja de fósforos adentro, pero que no podemos encenderlos solos. Necesitamos la ayuda del oxígeno y una vela,
En este caso el oxígeno por ejemplo, vendría del aliento de una persona que amamos; la vela podría ser cualquier tipo de comida, música, caricia, palabra o sonido que engendre la explosión que encenderá uno de los fósforos. Por un momento, nos deslumbra una emoción intensa. Una tibieza placentera crece dentro de nosotros, desvaneciéndose a medida que pasa el tiempo,hasta que llega una nueva explosió n a revivirla.
Cada persona tiene que descubrir qué disparará esas explosiones para poder vivir, puesto que la combustión que ocurre cuando uno de los fósforos se enciende es que lo nutre el alma. Ese fuego en resumen, es su alimento. Si uno no averigua  a tiempo qué cosa inicia esas explosiones, la caja de fósforos se humedece y ni uno solo de los fósforos se encenderá nunca.