viernes, 3 de junio de 2011

Ha llegado el momento de hablar.

Recientemente, mi padre invitó a un matrimonio amigo a casa. "¿Sólo para hablar?" ,dijo mi madre, con expresión horrorizada en los ojos. "¡Vayamos a bailar!"
Mientras las luces estroboscópicas parpadeaban incesantemente y nadie hablaba, entonces me pregunté: ¿Qué hay de malo en la conversación?
Desde entonces, me he puesto a escuchar atentamente a la gente, y me he quedado horrorizada. La buena conversación es algo trasnochado. Hoy sólo se escucha una cháchara insubstancial, un murmullo somnoliento que es a la verdadera conversación lo que el perrito caliente a la alta cocina.
La televisión es uno de los culpables. He oído a personas respetables afirmar, convencidas, que los coloquios televisivos están haciendo revivir el arte de la conversación.
¡Qué disparate! La conversación no es algo que se mira ;es algo en lo que se interviene.
Sin embargo, la televisión no es la única censurable. Queremos comprar nuestro entretenimiento ya empquetado .No es que los conciertos, películas, partidos de fútbol u obras de teatro tengan nada de malo, sino que parecemos haber perdido la capacidad de intercambiar pensamientos con otros seres humanos.
Al salir un sábado de casa después de haber visto una película con unos amigos, pregunté:
-¿Qué os ha parecido?
Una de mis amigas contestó:
-¡Um!
Y su novio añadió:
-Bah, no ha estado mal.
¡Y ahí se acabó toda la conversación por su parte!
Y cuando no son los "ums" y los "bahs", parloteamos incesantemente acerca de las lindezas de nuestros amigos, de lo que tenemos para cenar o del estado de nuestra lastimada rodilla. Y nadie como yo podría servir mejor de ejemplo. El otro día me encontré "largando" a mi amiga un monólogo de diez minutos sobre el estado de uno de mis dedos. Fue lo que podríamos llamar una "conversación bumerang", lanzándo palabras al aire que volvían a mi como de rebote. Estamos tan ocupados hablando con nosotros mismos que no nos damos cuenta de que los demás dormitan de aburrimiento.
Un día, sin saber como, me puse a discutir sobre un tema que ya no recuerdo muy bien con mi padre.Nuestros puntos de vista eran tan opuestos, que pronto nos vimos envueltos en una acalorada discusión. Gritábamos como locos.
En aquel momento comprendí que jamás podría ya despreciar a aquellas personas cuyas opiniones no compartía. La conversación nos hace mirarnos los unos a los otros.
Por supuesto no todos son fuegos de artificio. Cuando cursaba bachillerato, un grupo de amigos hacíamos a pie varios kilómetros por caminos vecinales durante la noche. Conversábamos entonces acerca de problemas tan diversos como el significado de la vida (un tema unicamente para adolescentes), la maravillosa anatomía del chico guapo de último curso. . .Sencillamente disfrutábamos de la mutua compañía.
De pronto la charla da un giro inesperado y sientes que las puertas se te abren.
Quizá no sea el tema lo que hace agradable o amena una conversación, sino la inspiración del momento. Y puede que,para conseguirla, no tengamos más que atravesar la "barrera del yo" y adentrarnos en los pensamientos de nuestros interlocutores.
La conversación más deliciosa que recuerdo en mucho tiempo fue la que mantuve con una niña de ocho años. Íbamos en un autobús. Y como nos pasa a muchos de nosotros, los adultos teníamos muy poco que decir. Se anticipaba un viaje bastante aburrido.
-¿Cual es tu color favorito?-me preguntó la niña.
La pregunta me dejó perpleja.
-La luz del sol-le respondí finalmente.
-Um-dijo ella-.Eso significa  que te gustan las golondrinas y nadar.Mi color favorito es el naranja.¿Sabes por qué? Porque las calabazas son naranjas y eso significa el otoño, o lo que es lo mismo, el comienzo del nuevo curso.¿Te gustaba el colegio cuando eras como yo?
Fue una tarde maravillosa.Aún hay esperanza.

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