lunes, 12 de diciembre de 2011

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En 1924 un médico llamado Francois Boisent enumeró todas las anomalías físicas y mentales que se producen cuando una persona se enamora. Al principio afirmaba Boisent, el enamoramiento tiene numerosas similitudes con los procesos gripales, estado febril, dilatación de pupilas, palpitaciones, sudoración, temperatura alta y disminución de pensamiento periférico. El mal de amores cursa los primeros días como un catarro, pero a lo bestia, hasta que el paciente se habitúa a la presencia de la persona amada. Después los síntomas, en lugar de remitir, como sucede en los procesos gripales, se multiplican. El enamorado pierde el apetito, pasa la noches en vela con gran ansiedad y se entrega al aislamiento y la soledad. Y aunque el paciente sabe lo que le esta pasando, no hay antibiótico ni antigripal que le alivie. La vida sin la persona amada se convierte entonces en un infierno. En función del organismo afectado, su periodo de recuperación puede ser de unos días o convertirse en una enfermedad crónica, un desasosiego para toda la vida.

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